martes, 21 de junio de 2016

El solitario del desierto


"Tenía conmigo unas cuantas cerillas, selladas con parafina; junté las ramitas más a mano y los excrementos animales e hice una pequeña fogata y esperé a que cesara la lluvia.
No cesó. Llovió durante horas en oleadas alternativas de tormenta y llovizna y no tardé en consumir todo el combustible que tenía a mi alcance. Daba igual. Me estiré en la madriguera de coyote, apoyé la cabeza en el brazo a modo de almohada y padecí a través de la larguísima noche, humedad, frío, dolores, hambre, destrozado, soñando pesadillas claustrofóbicas. Fue una de las noches más felices de mi vida"


Ficha: "El solitario del desierto", Edward Abbey, editorial Capitán Swing, 319 páginas, ISBN: 978 849 4548 116

Hace dos años comentaba aquí el único libro que existía en castellano de este atípico escritor norteamericano, "La banda de la tenaza" es superficialmente una novela muy entretenida que narra las peripecias de un singular grupo de activistas de la naturaleza que luchan, a través del sabotaje, contra un proyecto que va a convertir un idílico cañón del desierto en un anodino curso de agua destinado a la producción de electricidad. La novela con un trasfondo ideológico muy potente estaba basada en parte en experiencias de su autor como activista de la naturaleza... en cierta forma las acciones de sabotaje de ese grupo no expresaban otra cosa que el deseo del autor de que todo hubiese terminado de otra forma. 

Efectivamente la presa se construyó finalmente, y el "Cañón de Glen" quedó anegado para siempre... precisamente uno de los capítulos de este ensayo, escrito en 1.968 varios años antes de la novela mencionada, describe un sensacional descenso en balsa a lo largo del mismo, siendo consciente el autor en el momento de su redacción de que posiblemente él y su compañero eran los últimos hombres que lo verían en su estado original. Ese tono de lamento por algo que está a punto de desaparecer está presente en todo el libro.



Hacia 1.957 Edward Abbey, que contaba con unos treinta años, debía estar lo suficientemente asqueado de la vida en sociedad, algo que entiendo perfectamente, que decidió aceptar un trabajo como guarda forestal en el parque natural "Monumento Nacional de los Arcos" cerca de un pueblecito llamado Moab, fundado originalmente por colonos mormones, en el estado norteamericano de Utah. Un trabajo que le obligaba a permanecer la mayor parte de la semana en la más completa soledad, a muchos kilómetros del lugar habitado más cercano y en mitad del desierto. Tuvo que vivir seis o siete meses en una desvencijada caravana en medio de ninguna parte... y le gustó tanto la experiencia que repitió al año siguiente.

Hay dos actitudes en general respecto a la naturaleza salvaje, o bien se la aprecia y se la quiere idealizándola, o bien, se la rehuye y se la aborrece. En el primer caso no llegamos a amarla nunca puesto que lo único que hacemos es amar un fantasma, algo que no existe ni puede existir... en el segundo caso renunciamos, de forma consciente o no, a una parte de nosotros mismos, seguramente pagando un alto precio por ello. Edward Abbey tomó una tercera alternativa en su vida, amar la naturaleza tal y como es, conociéndola bien, sabiendo lo dura e implacable que puede llegar a ser, y a pesar de todo aceptándola. En todo el libro se muestra de forma bien palpable esa lucha interna del autor por evitar idealizar y humanizar la naturaleza, y no obstante todo el ensayo de principio a fin es una declaración de amor.



Una declaración de amor y a su vez un lamento, Abbey era consciente que aquel mundo estaba a punto de cambiar para siempre, mientras el acceso a aquel parque nacional consistiese en una infernal carretera de tierra era imposible que allí hiciese aparición lo que él denominaba "turismo industrial", ya el primer año tuvo un aviso que se materializó podo tiempo después... el libro destila por lo tanto amargura por todo lo que se ha perdido, pues diez años después, desde el primer párrafo nos advierte que todo lo que describe en el libro ya no existe. Una exageración naturalmente, basta echarle un vistazo a las impresionantes fotografías que pululan por Internet o a la página oficial de Moab, para darnos cuenta de que sí, allí están todavía los arcos, el desierto, los caminos de tierra, los cañones, la vegetación desértica... lo que sí que ha desaparecido seguramente para siempre es la omnipresente soledad de la que nos habla en su libro. Esa sensación de aislamiento y de hallarse en un entorno todavía virgen, implacable y de una dureza excepcional. Pero es algo que seguramente ha ocurrido con todos los parques naturales. Abbey abogaba en este libro por una solución de compromiso, permitir el acceso a la entrada de los parques al tráfico rodado a través de unas buenas carreteras... pero una vez en la entrada permitir solamente el transporte a pie, en bicicleta o a caballo. Sin duda una idea que podría parecer extravagante en 1.968 y que hoy suscribiría cualquier persona con dos dedos de frente. No me cabe la menor duda, Edward Abbey, un escritor radical de la contracultura americana hoy sería, en el aspecto ideológico, un ecologista más del montón... aunque el movimiento ecologista en su época no tuviese ni nombre siquiera. Imagino que si hay alguien que merece el epíteto poco bonito de "ecofascista" es Edward Abbey por su enconada enemistad con la civilización humana, o al menos, con sus excesos.

Comentaba al final de mi reseña de "La banda de la tenaza" que consideraba una vergüenza el hecho que no hubiese más libros de este escritor traducidos al castellano, alguien debía de tener esta misma idea o simplemente le "zumbaron" los oídos, tenemos que agradecer a la editorial "Capitan Swing" la existencia de esta traducción, una edición verdaderamente bonita que viene a paliar, un poco, la falta de obras traducidas de este autor tan interesante. Espero que pronto haya más porque no solamente estamos ante un escritor que tiene siempre cosas que decir, es que las dice maravillosamente bien.

Pocas veces veremos concentrados en un libro tantos temas, un estudio botánico sobre el terreno de primera, geología, los animales y sus costumbres, el clima, la supervivencia en el desierto, la historia de su exploración, la problemática de las poblaciones nativas, ideas políticas sobre la sociedad humana y filosóficas sobre nuestra naturaleza y  la posición del hombre en la misma... reflexiones íntimas mezcladas con una pasión y un amor por la naturaleza que vibran en cada párrafo; y sobre todo ironía, mucha ironía sobre la civilización humana y lo ridículo que resulta confrontada a la majestuosidad y la quietud del desierto.

Un descenso de varios días por un cañón, la búsqueda de un turista desaparecido, la búsqueda de un misterioso caballo salvaje, el dificultoso ascenso a una montaña, la exploración de una serie de pozas que casi acaba en tragedia, la convivencia y el trato con los visitantes del parque... y por encima de todo el paisaje del desierto, inmenso, arrebatador, lleno de infinitos matices... hay momentos en los que el lirismo y la poesía manan a chorros y donde es difícil no embriagarse y sobrecogerse con la hermosa prosa de Edward, admirablemente traducido por José Manuel Álvarez Flórez. 

"El inquieto mar, las altas montañas, el silencioso desierto: ¿qué tienen en común?, ¿y cuáles son las diferencias esenciales? Grandeza, color, espaciosidad, el poder de lo antiguo y elemental, eso que queda más allá de la capacidad del hombre para captar del todo o utilizar esas cualidades que los tres comparten. En cada uno hay el sentido de algo prototípico, con las montañas ejemplificando la fuerza bruta de los procesos naturales, el mar ocultando la riqueza, complejidad y fecundidad de la vida por debajo de una superficie de inmensa monotonía y el desierto... ¿qué dice el desierto?.

El desierto no dice nada. Completamente pasivo, objeto de actuación pero actuando, el desierto yace allí como el esqueleto desnudo del Ser, en reserva, exiguo, austero, totalmente inútil, invitando no al amor, sino a la contemplación. En su orden y en su simplicidad sugiere lo clásico, salvo por el hecho de que es un reino de más allá de lo humano y en el punto de vista clásico solo lo humano se considera significativo o incluso se reconoce como real."


Lo mejor: Un ensayo hermoso, que atrapa desde el primer capítulo, sorprendentemente variado y que muestra el buen hacer de un escritor sobresaliente. Decía Oscar Wilde que el único secreto de escribir era "tener algo que decir y contarlo", creo que no hay otro secreto, Edward indudablemente tenía mucho que contar y decir y lo hizo admirablemente en este libro. Cualquier amante de la naturaleza, pero de los de verdad, de los que saben lo que es caminar kilómetros con una mochila a la espalda, de los que saben lo que es pasar una noche bajo las estrellas y sudar la gota gorda subiendo una montaña, de los que saben lo que es quedarse mudos de asombro y respeto ante la visión de un paisaje inesperado, o de los que alguna vez se han visto en una situación difícil apreciarán este libro mejor que nadie.

Lo peor: Que Abbey nos habla de un mundo que ya casi no existía en el momento de escribir su libro... pero que hoy, cuarenta y ocho años más tarde, existe aún menos. Por eso a pesar de la ironía y el desenfado con el que se escriben algunos pasajes, verdaderamente cómicos, uno no puede dejar de sentir una profunda melancolía. No es un libro alegre. Y uno se pregunta dónde se pueden encontrar todavía experiencias como las que narra aquí... y sobre todo si seríamos capaces de intentar vivirlas como él.


1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho tu crítica. Coincido contigo. Abbey es, era, un gran tipo y sus temores se han demostrado más que fundados. Los ríos son mi vida. Hay un antes y un después de leer a Edward. Felicidades por el blog. R.

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