"La edad debilita el carácter; es un árbol que no produce más que algunos frutos degenerados, pero siempre son de la misma naturaleza; se cubre de nudos y de musgo, se agusana, pero siempre es una encina o un peral. Si se pudiera cambiar el carácter, si se lo diera uno a sí mismo, se llegaría a ser el amo de la naturaleza. ¿Es posible darse tal cosa? ¿No la recibimos totalmente? Probad a animar al indolente con actividad continuada, a congelar por la apatía el alma bulliciosa del impetuoso; a inspirar el gusto por la música o la poesía al que carece de gusto y oído: no conseguiréis mucho más que si pretendéis conceder la vista a un ciego de nacimiento."
Desde
el mes de septiembre del año pasado la editorial Gredos viene
inundando los kioskos de prensa con una serie de gruesos volúmenes
dedicados a los que la historia oficial de la filosofía considera
los más grandes filósofos de la historia, Platón, Aristóteles,
Nietszche, Kant… etc, meses después añadió a esa colección otra
de clásicos de la literatura grecolatina, pero esa es ya otra
historia.
Tras
acumular una veintena de gruesos tomos de filosofía me propuse
comenzar ya de una vez a leerlos, pero ¿por cual primero?, me decidí
por Voltaire por motivos estrictamente personales que no voy a dejar
de comentar aquí
En mis ya lejanos años de estudiante en el bachillerato tuve la suerte de contar con un excelente profesor de
francés en los últimos dos años, un buen hombre del que guardo muy
grato recuerdo, este aparte de tratar de inculcarnos, con mejor o
peor fortuna, la pasión que sentía por su asignatura trató también
de acercarnos aunque fuese un poco a la cultura francesa, un día, no
recuerdo a cuento de qué, nos recomendó que leyésemos a Voltaire,
nos comentó como el gran pensador francés de la ilustración se
había dado cuenta de que en la vida para escribir, y sobre todo
hacerlo con independencia, había que poseer primero suficientes
medios para vivir, no depender de lo que uno escribía y los
caprichos de un mecenas particular sino tener ya el asunto económico
resuelto. De ahí que se dedicó a sus negocios hasta amasar una
importante cantidad de dinero… se compró entonces una propiedad en
un pueblecito en la frontera entre Francia y Suiza con una parte de
la misma en suelo francés y otra en territorio suizo, de forma que
cuando sus escritos causaron la habitual conmoción y reacciones
adversas, Voltaire era un provocador nato, pudiera refugiarse en uno
u otro lado en función de quien lo persiguiera, si los católicos
franceses o los calvinistas suizos… y como estos nunca se ponían
de acuerdo al final la jugada le salió bien. Nos citó de paso una
frase que él atribuyó a Voltaire “el hombre es la medida de todas
las cosas” … aunque años después he sabido que no era original
suya sino del sabio de la antigua Grecia Protágoras, aun así
Voltaire y cualquiera de los sabios de la ilustración del dieciocho
podrían perfectamente haberla hecho suya.
He
tardado treinta años en seguir el consejo de mi antiguo profesor y
la verdad es que aparte de eso tenía una deuda pendiente con
Voltaire, tras haber leído ya a Meslier y Holbach, y tener a Kant,
Diderot y Rousseau a punto para una incursión lectora no tenía más
remedio que completar mis lecturas de los pensadores de ese
portentoso siglo con Voltaire, el pensador que ejemplificó y
simbolizó más que ningún otro la ilustración.
Voltaire no es un
personaje al que se pueda eludir mucho tiempo de una forma u otra,
Michel Onfray mi más admirado filósofo francés de la actualidad
lo cita de vez en cuando aunque no precisamente en sentido elogioso,
de él y de otros critica la tibieza con la que se acercaron al tema
del ateísmo por ejemplo, elogiando en cambio a Meslier, Holbach y otros…
para Onfray Voltaire se quedó a medio camino, por un lado en sus
escritos atacó duramente al fanatismo y dogmatismo religioso y en
especial a la iglesia católica y al cristianismo en general, y sin
embargo siempre se confesó creyente, en un dios al estilo del dios
de Spinoza, una inteligencia omnipotente, eterna y creadora del
mundo pero en modo alguno preocupada por asuntos humanos, un dios
impersonal al que es por lo tanto inútil rezar y contra el que es
completamente imposible blasfemar o halagar de ningún modo.
No me
cabe duda de que Voltaire era lector secreto del gran judío de
Ámsterdam, sin duda alguna el escritor más maldito de todos los
tiempos, al igual que casi todos los ilustrados franceses. Sin
embargo estas medias tintas a la hora de declararse ateo es lo que
critica Onfray, de forma bastante injusta a mi modo de ver, ya que
una cosa es declararse hoy día ateo y otra muy diferente hacerlo en
el siglo de las luces con todas las fuerzas fanáticas y
reaccionarias en perpetua vigilancia. De hecho Meslier hizo su
trabajo en secreto y este fue publicado solo tras su muerte de forma
clandestina, Voltaire por ejemplo hizo una “selección” de su
libro y una vez expurgado de sus aspectos más polémicos intentó
publicarlo, y el barón de Holbach, ilustrado radical allá donde los
haya, publicó toda su obra bajo pseudónimos con la suficiente
habilidad para no llegar a ser descubierto. Era otra época sin
duda, aun así en mi opinión, y esta es más que discutible por
supuesto, creo que el deísmo de Voltaire era completamente sincero, y que como hombre práctico que era no dejaba de recomendar la religión para el pueblo, aunque él mismo renegara de la misma... una actitud en los límites de la más directa hipocresía pero también plena de sentido común si se tiene en cuenta la época en la que escribió. También es cierto que aunque no le importaba provocar y granjearse enemigos todo tenía un límite.
Sea
como fuere y tras décadas y décadas de ser un escritor ignorado en
nuestro país, su obra entera fue condenada por la iglesia, desde
los trabajos más provocadores hasta los poemas y obras de teatro más
inocentes… en Francia tuvieron su revolución que cambió las cosas
hasta cierto punto, pero en España nunca tuvimos esa suerte, de ahí
que hasta fechas increíblemente recientes, prácticamente ya metidos
en democracia, no hemos podido tener traducciones y trabajos de
Voltaire en suficiente número y calidad, salvo que uno supiera
francés claro, como mi afortunado ex profesor.
Los
libros publicados por Gredos en esta colección aparte del valor intrínseco de
proporcionarnos algunas de las obras más brillantes de los mejores
pensadores de todos los tiempos traen un trabajo introductorio a
cargo de algunos de los mejores autores de filosofía de nuestro
país, unos pequeños ensayos que en ocasiones superan las cien
páginas y que solo por sí mismos justificarían la adquisición de
cualquiera de los volúmenes publicados. El tomo dedicado a Voltaire
no es una excepción y trae un estudio de Martí Dominguez y un prólogo de
Fernando Sabater. El estudio es realmente bueno y poco menos que perfecto como guía
para adentrarnos en el mundo volteriano, me ha gustado mucho su
equilibrio entre los datos biográficos y aquellos relacionados con
su obra, algunos quizás echarán de menos más apuntes sobre la vida
del gran pensador francés, y es verdad que sobre todo en los
primeros años de su vida, su periodo de formación quizás se echen
en falta más datos personales, sin embargo estos abundan en cuanto
se relaciona su obra, bastante voluminosa, y también en los
“porqués” … Voltaire era un hombre que nunca gozó de buena
salud y al que sus ideas trajeron no pocos problemas, la prudencia no
fue durante la mayor parte de su vida una de sus cualidades y se buscó multitud de enemigos.
Sin embargo su musa, su impulso
creador era demasiado fuerte, podía haber llevado una vida cómoda y
tranquila, pero su ansia de escribir y pasar a la inmortalidad por
sus poemas, obras de teatro y escritos era demasiado grande. Ese
apremio constante de escribir y escribir como si cada día fuera el
último es el que le sostuvo durante toda su vida, una vida
consagrada a la actividad, negocios y asuntos personales por un lado,
obra literaria por otro, con un tremendo caudal de correspondencia,
probablemente no hubo otro escritor en su siglo que cultivase más el
género epistolar y será bastante dudoso que los lectores en
castellano tengamos alguna vez la alegría de disfrutar de su obra
completa. En definitiva escribió como si la vida le fuera en ello,
como un poseso, y en una época donde todo se escribía a mano con
pluma y tinta.
Aunque
ha pasado a la historia fundamentalmente por sus cuentos filosóficos,
especialmente por “Cándido”, considerado por todos su obra
maestra, algo que sin duda le hubiera sorprendido en vida ya que sus
principales esfuerzos estuvieron siempre centrados en la poesía y
sobre todo el teatro, en este primer volumen de Gredos se recoge una
selección de sus “Cartas filosóficas”, otra de su “Diccionario
filosófico” y una obra menor titulada “Memorias”. Tres
muestras de su talento pero indudablemente de inferior rango en el
conjunto de su obra.
En
“Cartas filosóficas” Voltaire principalmente habla de temas
relacionados con Inglaterra, a ese país marchó tras unos asuntos
bastante turbios en Francia, sus tempestuosas relaciones con algunos
nobles y autores locales terminaron mal, un día unos matones le
propinaron una paliza por encargo de un noble al que había ofendido
en uno de sus escritos, en su ansia de venganza se topó con la
policía y dio con sus huesos en la cárcel durante una temporada,
harto ya del ambiente hostil que encontraba en su patria, y que él
no hacía más que azuzar como el que intenta apagar fuego con
gasolina, cruzó el Canal de la Mancha y se estableció durante unos
años en el país vecino, allí encontró un ambiente muy diferente,
quizás demasiado indiferente hacia su persona y su obra, pero que le
enriqueció notablemente, aprendió el idioma inglés y trabó
conocimiento de la filosofía de algunos filósofos ingleses, Locke
especialmente, al que admiró profundamente y cuya obra intentó
luego después divulgar. La obra de Newton también le impactó y no
dejó de alabar al genio inglés y de sentir admiración por el trato
dispensado en Inglaterra a los genios y hombres de talento, en
contraposición a la difícil vida que en ocasiones sufrían los
grandes hombres en su patria.
Aunque
no faltan sutiles críticas y la mordaz ironía típica de su estilo
Voltaire deja muy claro en sus cartas la admiración y la sana
envidia que le proporcionaba Inglaterra, un país que tras una serie
de guerras civiles y revoluciones había sabido conducir el gobierno
hacia algo mejor, donde un rey tenía limitadas sus funciones “manos
libres para hacer el bien y manos atadas para hacer el mal”… un
gran contraste en relación con los tiranos ilustrados franceses de
su tiempo. Cartas sobre los cuáqueros, sobre la obra de Newton,
sobre los trabajos de Locke, alabanzas al sistema económico liberal
inglés… y finalmente una serie de comentarios ácidos e
inmisericordes sobre, aunque no exentos de elogios, sobre dos de los
grandes filósofos franceses del siglo anterior, Descartes y Pascal.
Sobre el primero aunque enunciará con todo lujo de detalles las
partes de su pensamiento a las que considera totalmente equivocadas
no dejará sin embargo de elogiarle por haber abierto el camino a la
filosofía moderna. Sobre el segundo no será tan magnánimo y en una
serie de largas cartas verterá mordaces y fuertes críticas
comentando algunos párrafos de sus famosos “Pensamientos”,
ante todo se puede observar como las críticas van en dos sentidos,
primeramente critica las contradicciones y la ligereza con la que en
ocasiones se muestra Pascal, algo por un lado de sentido común pero
por otro un poco injusto ya que es una obra que el mismo Pascal no
revisó ni publicó en vida, que escribió seguramente a “vuelo de
pluma” en notas dispersas y que nunca hubiera publicado en la forma
en la que finalmente llegó hasta nosotros. Y en segundo lugar le
critica su fanatismo religioso, su integrismo cristiano, algo que
evidentemente Voltaire no podía dejar de señalar y atacar. Sea como
fuere y aunque en la mayoría de las ocasiones da en la diana con sus
críticas en modo alguno, en mi opinión, consigue que el gran
científico, matemático y místico del siglo diecisiete termine
cayendo mal al lector, si acaso uno puede compadecerle, e incluso
llega a caer simpático
La
crítica a la religión será la gran protagonista de su “Diccionario
filosófico”, ataques a la idea del alma y al idealismo inmaterial
que impregnaba el pensamiento teológico y filosófico de la época,
desde una perspectiva empírica y material que sin duda bebía
abundantemente de los autores ingleses y de otros pensadores
“radicales” de la época, burlas también al sacramento del
bautismo, al dogmatismo religioso, a la inquisición… Voltaire se
despacha a gusto usando sus principales armas, la ironía, el
sarcasmo y sobre todo un estilo ágil, breve y conciso que destila
inteligencia y vivacidad por los cuatro costados, en él nunca hay
nada aburrido, denso, oscuro o repetitivo.
Finalmente en sus "Memorias" ajustará cuentas con el rey de Prusia Federico II "El grande", a cuya corte acudió cuando hastiado de sus conflictos en París y tentado por las proposiciones del monarca alemán pensó que allí podría encontrar el lugar que sistemáticamente se le negaba en Francia. No tardaría mucho en darse cuenta del carácter despótico y falso del prusiano y tras una accidentada estancia en una corte repleta de aduladores y bufones consiguió a duras penas escapar de sus garras quedando lo bastante traumatizado como para buscar con bastante fortuna un refugio en la frontera franco-suiza que terminó convirtiendo en su paraíso particular. A salvo ya de las intrigas palaciegas de uno y otro país se tomó cumplida venganza en esta obra, de la que la presente edición solo selecciona una parte, aunque no vería su publicación en vida. El Voltaire más irónico y mordaz se asoma en sus páginas poniendo una y otra vez en ridículo a los grandes personajes de la política europea.
Lo mejor: Una buena muestra de lo que podemos encontrar en la obra del gran escritor francés de la Ilustración y un excelente punto de partida para conocer más a fondo su obra. Sin duda uno de los filósofos más fáciles de leer y entender, no uno de los más grandes en cuanto a ideas o aportaciones originales, pero sí en cambio en cuanto estilo y amenidad.
Lo peor: Que solamente sea un aperitivo y una selección, me hubiera gustado una edición más ambiciosa de la obra del gran escritor francés. Aunque en un segundo tomo se completa con algunos de sus más célebres cuentos y alguna obra menor me sigue sabiendo a poco.
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