martes, 21 de marzo de 2017

Diario de un marine

"Mis experiencias en la guerra del Pacífico me han perseguido, y recordar esta historia ha supuesto una carga. Pero el tiempo cura y las pesadillas ya no me despiertan bañado en sudor frío con el corazón latiendo con fuerza y el pulso acelerado. Ahora puedo contar este relato, aunque resulte doloroso. Al escribirlo estoy cumpliendo con una obligación que he sentido durante mucho tiempo hacia mis camaradas de la 1ª División de marines, que sufrieron tanto por nuestro país. Ninguno salió indemne. Muchos entregaron sus vidas, muchos su salud, y algunos su cordura. Todos los que sobrevivieron recordarán durante mucho tiempo el horror que preferirían olvidar. Pero sufrieron y cumplieron con su deber para que su patria pudiera disfrutar de una paz que se pagó muy cara. Tenemos una deuda de gratitud con esos marines."






































Ficha:  "Diario de un marine", Eugene Bondurant Sledge, Editorial Planeta, 455 páginas, ISBN: 9788 408 081142

Recientemente he sentido mucho interés por el tema de la campaña del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial, el hecho de haberme topado con unos cuantos vídeos en Youtube de recientes producciones para el cine y la televisión ambientadas en esta parte del conflicto mundial me llevaron a consultar en la biblioteca Regional el apartado de novela histórica… y allí me encontré con esta joya publicada en 1.981 de un tal E.B. Sledge, en él relata sus experiencias en primera persona como soldado integrante de la primera División de marines en la campaña del Pacífico, especialmente su participación en dos de las batallas más encarnizadas y sangrientas de las libradas en esa parte del mundo, la invasión del islote de Peleliu en el archipiélago de las Palaos y la posterior campaña de Okinawa en el archipiélago de las Riukyu.

Las vivencias relatadas en el libro constituyeron una de las bases principales para algún que otro documental sobre la guerra y también para la conocida serie de la HBO “The Pacific”, de hecho el mismo E.B. Sledge aparece en la misma como el personaje “Joseph Mazzello”, un apellido inventado a raíz de su apodo “mazo” con el que sus compañeros lo conocían.

Hay algo en este libro que no está presente en la mayoría de los ensayos sobre la guerra que ya conocía, en general se trata de obras escritas mucho después de la guerra por periodistas o estudiosos del tema que van recopilando información de las bibliotecas, periódicos y testimonios de sus participantes… y cuando hay alguna obra autobiográfica suele estar escrita casi siempre por algún alto mando, algún general o militar sin experiencia directa en el frente y que recopila testimonios de segunda o tercera mano. Aquí no, este es un relato cuya forma original lo constituyen una serie de notas manuscritas que Sledge iba anotando y guardando en su copia del Nuevo Testamento que llevaba en su equipaje. Los marines tenían prohibido llevar un diario con sus impresiones personales, pero eso no le impidió a Sledge ir dándole forma a uno. 

Comenzó a escribir tras la horrible experiencia de la batalla de Peleliu y prosiguió después una vez terminada la guerra. Estamos ante el testimonio excepcional de un soldado, nunca ascendió ni fue condecorado, sirvió en un pelotón de morteros casi siempre en primera línea. La adaptación de Sledge a la vida civil tras la guerra fue ejemplar, terminó en pocos años sus estudios y terminó doctorándose en biología y pasó su vida hasta la edad de jubilación impartiendo clases. Ya durante los momentos más duros de la lucha se dijo a sí mismo, esto lo recoge en el libro y lo ratifica su hijo en un documental, de que nunca perdería la cordura… de la misma forma que durante la campaña consiguió mantener íntegra su humanidad, y ello a pesar del odio, lo reconoce, que sentía por el enemigo… un odio compartido por el resto de sus compañeros y que resulta de lo más comprensible cuando se examinan los hechos y circunstancias de aquella guerra.


La campaña del Pacífico fue diferente y peculiar por muchos motivos, se trató de un enfrentamiento de carácter aeronaval y disperso en su mayor parte, en un escenario marino inmenso, donde por primera vez se realizaron operaciones anfibias a gran escala, no era una lucha en un territorio continental de grandes espacios como la campaña de la URSS, ni tampoco una lucha en el siempre complicado escenario de Europa Occidental o una guerra de movimientos en el desierto. Aquí una vez en tierra firme estábamos casi siempre en territorios pequeños, diminutos si los comparamos con los escenarios de la guerra en las estepas rusas, pero donde la guerra se concentró y desplegó todo un arco iris de sus más crueles y refinados horrores. Cuando vemos cómo en el escenario europeo el ejército alemán capturó a más de un millón de soldados rusos en 1.941, o que los aliados hicieron más de 300.000 prisioneros alemanes en Túnez… y se compara con lo vivido en el Pacífico, uno solo puede pensar “qué suerte que los aliados en África y los alemanes en Rusia no hubieran luchado contra los japoneses”.


Japón era un mundo aparte, una nación imperialista y militarista, con una concepción de la vida y la muerte diferente de la existente en Europa o América (incluso reconociendo las grandes diferencias entre las distintas naciones), con un código de honor rígido y claro, la muerte siempre es preferible al deshonor de ser tomado prisionero, el mero hecho de servir como soldado suponía un juramento sagrado ante su país, su familia y sus antepasados… y romper ese juramento y caer en la ignominia era un destino mucho peor que la muerte. Esta se glorificaba y se tenía como el más alto honor si acaecía en combate por la patria… el soldado japonés era duro, disciplinado, soportaba sufrimientos con un verdadero estoicismo y ni solicitaba clemencia al enemigo ni tampoco él mismo mostraba en general la más mínima compasión, estaba muy bien entrenado y era valiente hasta extremos suicidas.


La rendición en general no era una opción, había que vencer o morir matando. Esa mentalidad fue usada a conciencia por los militares nipones durante la guerra, hubo un punto en el que cambió la estrategia en el planteamiento de las campañas cuando tras las batallas de Midway, Mar del Coral y sobre todo Guadalcanal y Saipán, a partir de 1.943 quedó muy claro que se había perdido para siempre la iniciativa en la guerra aeronaval. La derrota era ya solo cuestión de tiempo debido a la potencia industrial y económica de los norteamericanos, de modo que solo les quedaba jugar una carta, la de la guerra de desgaste… había que olvidarse de lanzar ofensivas, de cargas estilo “banzai” de indudable estilo samurai, atrincherarse de la forma más efectiva e ingeniosa posible y resistir hasta la muerte. Solamente así, a base de perder batallas y ceder terreno, pero a cambio de someter al enemigo a un fuerte desgaste psicológico, de vidas humanas y materiales, podían aspirar a vencer consiguiendo que los EEUU se dieran por vencidos y entablaran negociaciones convencidos de que aquello ya no valía la pena.




No está claro exactamente cuando tuvo lugar ese “giro” en la estrategia, pero ese fue el enemigo al que Sledge y sus compañeros se tuvieron que enfrentar, no al que en Guadalcanal y otros lugares se había lanzado con valor suicida hacia las posiciones enemigas, en general para ser masacrado con eficacia, sino otro muy diferente, siempre oculto, experto en utilizar la artillería y los francotiradores de la forma más eficiente, aficionado a las incursiones y emboscadas nocturnas, y que sometía al adversario a una continua guerra de nervios. Un enemigo que se obstinaba en luchar hasta el fin, al que había que bombardear, quemar y enterrar en sus cuevas y trincheras, al que en pocas ocasiones se le hacían prisioneros y que tampoco solía hacerlos. Un enemigo feroz sin consideraciones humanitarias de ninguna clase, que se ensañaba con cadáveres y heridos, que solía disparar contra los sanitarios y tender emboscadas hiriendo a un soldado sin matarle solo para dar caza a los voluntarios enviados a su rescate. Los marines tampoco eran ningunos angelitos, la “caza” de souvenirs de enemigos caídos, muertos y en ocasiones agonizantes, en busca de dientes chapados en oro, era de lo más frecuente. Sin embargo en general como muy bien relata Sledge, había como una especie de barrera en torno al odio que pocos se atrevían a traspasar, y que en el lado contrario era más fácilmente atravesada… desde luego que por brutal que fuese el trato, era mejor caer prisionero de los marines que caer prisionero en manos de sus adversarios de ojos rasgados.


 
Aunque el desequilibrio material era ya tremendo a favor de los norteamericanos en el momento en que E. B. Sledge entró en combate, al final había que batir al contrario sobre el terreno y exponerse a sus armas, no había otro remedio, y por muchos barcos, cañones, aviones y bombas al final era el soldado de infantería el que tenía que jugarse el pellejo y sufrir las mil y una calamidades descritas por el autor de esta narración. Las dos campañas que describe en el relato tienen eso en común, las proporciones de ambas fueron muy distintas, pero al final eran los soldados de a pie los que tenían que terminar el trabajo, ensuciarse, fatigarse y jugarse la vida. Daba igual el número de buques, aviones, camiones, lanchas anfibias y bombas que interviniesen en la lucha, es el soldado de infantería, el pringado de toda la vida vamos, el que tiene que asomarse a la cueva para ver si queda alguien dentro dispuesto a volarle la cabeza de un disparo.


 
E.B. Sledge fue un hombre muy afortunado al sobrevivir a aquello, hacerlo sin secuelas físicas y reponerse del trauma psicológico de forma ejemplar, más aún al hecho de haber sabido enfrentarse a sus demonios en forma de recuerdos de pesadilla y ponerlo por escrito… pero no cabe duda de que hubiera sido aún mucho más afortunado de no haber tenido que pasar por la experiencia que relata en su libro. Ese compromiso adquirido con aquellos que no sobrevivieron, salvo en su recuerdo y en el de sus familias, y esa sensación de extrañeza y distanciamiento ante la vida que vivió posteriormente, ese antes y ese después, impregnan el relato de su historia… solamente quien ha vivido algo semejante puede hacerse una ligera idea, por muy detalladas y truculentas que sean en ocasiones sus descripciones la realidad es sin duda alguna infinitamente más variada, sucia y compleja que cualquier relato. Sin embargo el ex marine hace cuanto puede para que el lector se ponga, o haga un intento de hacerlo, en su piel y la de sus compañeros. 

La atmósfera de tensión, los miedos, las fatigas, la suciedad, las mil y una incomodidades, la importancia de cosas tan nimias y sencillas que nos rodean en nuestra vida cotidiana y que constituyen lujos impensables para un soldado en campaña, la angustia de ver que aquello se prolonga y no parece terminarse nunca, la densidad de esas horas interminables pasadas soportando el fuego enemigo, el castigo a tu sistema nervioso, el horror y todo el arco iris posible del mismo quedan muy bien reflejados en esta obra… y no se trata de la imaginación truculenta y morbosa de un escritor de fantasía, son recuerdos de hechos acaecidos en el mundo real, vividos, soñados en pesadillas, y reflejados por un escritor excepcional. Este es un libro escrito literalmente con sangre, sudor y lágrimas por alguien que vivió toda su vida con una deuda de gratitud hacia aquellos que ya no podían contar aquella historia.


No ha sido una lectura más, he devorado estas páginas con ansiedad, el libro consigue transmitirte perfectamente esa sensación de un pasaporte al infierno… un ejemplo: para aquellos que hayan visto la excelente miniserie “The Pacific”, recordarán perfectamente esa escena en la que los infantes de marina aguardan el momento en que su buque de desembarco anfibio se ponga en movimiento rumbo a las costas del islote de Peleliu, la serie capta perfectamente el momento en que la puerta del barco se abre y vomita hacia el mar el vehículo cargado hasta los topes con los soldados y sus equipos, y cómo la luz del sol entra a raudales y muestra el dantesco espectáculo de una isla que más bien parece un volcán en erupción emergiendo del agua en medio de violentas explosiones… la visión perfecta del infierno hacia el que se dirigen ¿podría alguien aguantar la impresión sin mearse en los pantalones?... solo el hecho de que el protagonista haya pasado previamente por el retrete del barco evita que se haga sus necesidades encima… esa escena, entre otras muchas del libro, está recreada muy bien en la serie, aunque afortunadamente para la sensibilidad y el estómago de los espectadores hay mucho del libro que no aparece. 

Y no solamente en el libro, es que en este el propio protagonista quitó bastante “material”, teniendo en cuenta todo lo que describe uno casi le da las gracias, porque repito, lo que describe E.B. Sledge en este libro no es el fruto de la calenturienta imaginación de un morboso escritor de terror, cualquier novela del Sr. King o de Clive Barker es una nana para dormir niños comparado con lo que este autor muestra y sugiere, de verdad no sé de qué pasta estaba hecho el escritor americano para no terminar metido en una camisa de fuerza. Esta novela fue escrita a lo largo de un periodo muy dilatado de tiempo y reunida a base de recopilar notas dispersas que en un principio solo estaban destinadas a su familia… de ahí el tiempo que tardó en publicarse.


Peleliu.
El asalto a esta pequeña isla coralina de solamente trece kilómetros de superficie fue el particular bautismo de fuego de E.B. Sledge, no podía haber empezado en una batalla más encarnizada, y sinsentido. La toma de la isla fue exigida por Mc Artur para proteger su retaguardia y flanco derecho a la hora de avanzar hacia las Filipinas, posteriormente se demostró como completamente inútil, hubiera bastado con dejar aislada a la guarnición, tal y como se hizo con numerosas islas ocupadas por los japoneses, para evitar la matanza… pero claro, las fuerzas que atacaron el aeródromo y la guarnición japonesa no formaban parte del cuerpo principal del “general estrella” de la Guerra del Pacífico, la buena visión estratégica y la cautela que le acompañaron en sus campañas parece que dejaron de importarle en lo relativo a esta operación, no eran soldados a su mando después de todo.



La batalla duró diez semanas, en lugar de los cuatro días previstos, y se llevó por delante más de ocho mil bajas americanas. La primera división de marines fue duramente castigada, Sledge pasó allí el primer mes de lucha viviendo una pesadilla. Es una de las menos conocida de la campaña del Pacífico y en su momento los analistas militares y supervivientes de la misma coincidieron en que fue una de las peores. Su nombre ni siquiera figura en muchos libros de historia. Allí E.B. Sledge perdió a unos cuantos amigos y constituyó un antes y un después que lo marcó para siempre:

"Incluso en medio de estos rápidos acontecimientos, bajé la mirada hacia mi carabina con sobria reflexión. Acababa de matar a un hombre a quemarropa. Me impresionó ver el dolor reflejado en su rostro con claridad cuando mis balas le alcanzaron. De pronto la guerra se convirtió en un asunto muy personal. La expresión de la cara de aquel hombre me llenó de vergüenza y luego de indignación ante la guerra y todo el sufrimiento que estaba causando".

Aquí tenéis un enlace a un documental alojado en Youtube con una descripción detallada de la batalla, donde también interviene el hijo de E.B. Sledge y se muestran frases sacadas de este libro.




Okinawa.
Si el infierno de Peleliu parecía imposible de superar tal cosa terminó ocurriendo. Al igual que en el caso anterior, con Okinawa se ha puesto en tela de juicio su necesidad… cuando tuvo lugar estaban ya proyectadas las pruebas con bombas atómicas en el desierto de Nuevo México, la batalla fue el preparativo inicial de la proyectada embestida sobre Japón. Al final los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki evitaron que se continuara con la invasión al provocar la rendición incondicional de Japón pocas semanas tras la finalización de lo que parecía una sangría interminable. He escuchado y leído muchas veces el argumento de que los bombardeos atómicos fueron innecesarios, de que Japón estaba derrotado y que aquello fue más una advertencia a la URSS que una verdadera necesidad… tonterías, Japón estaba derrotado pero se negaba obstinadamente a rendirse, hay una gran diferencia. Murió más gente en Okinawa si sumamos las bajas de ambos bandos más los civiles de la isla, que a consecuencia de las dos bombas atómicas, estas terminaron ahorrando vidas tanto de norteamericanos, el argumento principal, como de japoneses. El final hubiera sido el mismo pero la guerra se hubiera prolongado durante 1.945 y seguramente parte del año siguiente y hubiera terminado siendo más mortífera aún. Fue un caso particular y único en la historia en el que una atrocidad y un crimen, se mire como se mire el bombardeo atómico fue eso, evitaron atrocidades y crímenes aún mayores.




No se luchó en las playas en Okinawa, los japoneses se retiraron a posiciones fortificadas del sur de la isla y desde allí defendieron cada metro cuadrado de terreno con una ferocidad e ingenio sin igual. Fue una guerra sucia, sin compasión ni cuartel de ningún tipo, por parte de dos bandos que formaban parte de culturas, razas y civilizaciones muy distintas. Si quedaba algún rincón por golpear y conmocionar en el alma de este joven veterano soldado ya tras Okinawa no quedó nada intacto. Su descripción de los horrores del combate y la muerte que le rodeaba vuelven a estremecer aún más si cabe. En este caso su experiencia de batalla le salvó la vida en más de una ocasión, y también una tremenda suerte. Lo más curioso, y lo que realmente lo hace grande, es que no perdiese ni la cordura ni la humanidad… y no le resultó fácil.

Conclusión.

La guerra es completamente desmitificada en este “Diario de un marine”, sin embargo, E.B. Sledge está muy lejos de poder considerarse lo que hoy llamaríamos un “pacifista”. Naturalmente que expresa el deseo que nadie tenga que volver a pasar por un calvario semejante, nos muestra una y otra vez el lado cruel, sucio e inhumano de la guerra como fuente de todas las calamidades, pero en ningún momento leeremos crítica alguna hacia el gobierno de su país. 




Sledge fue siempre un soldado leal que desarrolló una gran devoción por el arma de marines, la división y el batallón donde sirvió. Estuvo siempre orgulloso de haber participado en la guerra en el cuerpo de marines y guardó un gran afecto de por vida hacia sus camaradas supervivientes. Hay que tener en cuenta las circunstancias de su participación en la guerra. Un conflicto en el que el entonces imperio japonés atacó por sorpresa y sin declaración previa de guerra, llevándose por delante la vida de más de dos mil quinientos soldados y marinos norteamericanos… de hecho Sledge pudo muy bien haber evitado el participar en la guerra en una unidad de combate en el frente, estuvo un año en una academia de oficiales y suspendió el examen a posta, tal y como hicieron muchos otros, para ser destinado como soldado raso a una unidad de combate. En el libro nunca expresa arrepentimiento por ello… pero por lo que cuenta en él, albergo serias dudas de que de saber lo que le esperaba hubiera actuado de la misma forma. En definitiva la guerra es horrible pero en ocasiones, según su opinión, es un mal necesario. No puedo reprocharle nada a una mentalidad hija de su tiempo, hay que dar gracias porque mi generación, así como la de mis padres (aunque no la de mis abuelos) no conocieron la guerra.


Lo mejor:  Un relato magníficamente escrito, uno de esos libros que simplemente no puedes dejar de leer, muy equilibrado en su estilo, sin vulgaridades ni palabras soeces... pero lleno de tristeza, emoción, imágenes impactantes, mensajes antimilitaristas pero a su vez elogiosos del buen hacer de unos militares profesionales, el cuerpo de marines, que soportaron un tremendo peso sobre sus espaldas en un conflicto despiadado y brutal como pocos. E. B. Sledge fue un ser humano excepcional en muchos sentidos y este excelente libro da fe de ello.


Lo peor: Aunque el autor proclama desde su prólogo que este libro no se constituye únicamente con su experiencia, la verdad es que siempre muestra una visión algo estrecha y reducida a aquello que él puede recordar y sobre lo vivido en primera persona, con lo bueno que tiene al hacernos partícipes de su experiencia, pensamientos y sentimientos sobre muchas cosas... pero nunca nos va a ofrecer una amplia visión de las campañas descritas ni tampoco sobre aquel conflicto de forma global. Aquellos que busquen información más completa y detallada tendrán que hacerlo en otra parte. El patriotismo que exhibe E.B. Sledge parece un poco trasnochado... aunque sin duda alguna que sus palabras respecto al mismo son siempre extremadamente sinceras, hay que recordar que estamos hablando siempre de un hombre de otra época.

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