domingo, 16 de julio de 2017

La guerra no tiene rostro de mujer

"En Stalingrado... Una vez llevé a dos heridos al mismo tiempo. Cargaba con uno, le arrastraba unos metros, y luego volvía a por el otro. Los alternaba porque los dos estaban muy graves, resultaba imposible dejarlos, y los dos, a ver cómo se lo explico, ambos tenían las piernas destrozadas muy por arriba, se estaban desangrando. En esos casos cada minuto cuenta. De pronto, cuando ya me había alejado un poco de la batalla y el humo se había dispersado, descubrí que estaba arrastrando a un tanquista de los nuestros y a un alemán... Me quedé petrificada: nuestros soldados morían y yo salvando a un alemán. Sentí pánico... En medio del combate, con la densa humareda, no me había dado cuenta... El hombre se estaba muriendo y gritaba... Los dos estaban quemados, negros. Iguales. Pero ahora ya lo veía con claridad: una chapa distinta, un reloj distinto, todo era ajeno. Y ese maldito uniforme. "¿Qué hago ahora?" Arrastraba a nuestro herido y pensaba: ¿Vuelvo a por el alemán o no?". Comprendía que si lo dejaba, pronto moriría desangrado... Regresé a por él. Y continué arrastrando a los dos..."



Ficha: "La guerra no tiene rostro de mujer", Svetlana Alexiévich, Ramdon House colección Debolsillo, 365 páginas, ISBN 97 88 465 33 88 44
































Este año he leído algunos relatos y ensayo de temática bélica, ahí están los recomendables y entretenidos "Diario de un marine", "Mi casco por almohada",  y las memorias ¿o más bien desmemorias? de guerra del general Douglas Mc Arthur, americanadas "viriles" y fantásticas que merecerían un lugar de honor en la literatura de ficción, o quizás, en la sección de comics para niños en comparación con este libro que comento aquí. Y mira que me gustó el relato que Eugene Sledge hace de su paso por el cuerpo de marines... pero reconozco que la guerra que cuentan es, incluso dentro de lo terrible, un paseo por Disneylandia cuando se compara con los relatos de supervivientes del frente ruso en la Segunda Guerra Mundial, aquel conflicto tuvo otro nivel... allí se jugó en otra liga, por mucho que uno alabe la habilidad de los escritores americanos para vender sus historias épicas... todo palidece, a nivel de horror y sufrimiento, a nivel humano, a nivel de heroísmo, absolutamente todo, cuando se compara con la épica lucha del ejército rojo y el pueblo soviético y su defensa de la invasión de la Alemania Nazi. 

Sobre la lucha en el frente ruso ya comenté hace años aquí en este blog el magnífico libro de Vasili Grossman "Vida y destino", obra que sigo recomendando a todo aquel que desee un acercamiento a ese monstruoso conflicto desde el punto de vista literario. La escritora bielorrusa, premio Nobel de 2.015, nos trae de vuelta ese conflicto el el tradicional formato en el que suele escribir, una recopilación de testimonios humanos de supervivientes, en este caso de la guerra. Ya tuve la ocasión de comentar otras obras suyas recientemente, "Voces de Chernóbyl" un ensayo absolutamente conmovedor y escalofriante de supervivientes de la catástrofe nuclear, y "El fin del Homo Soviéticus", toda una variopinta colección de testimonios de testigos del derrumbe del sistema soviético y los durísimos años que le siguieron, otro de esos libros de esta escritora que considero sencillamente imprescindibles para entender, o al menos intentar entender, el mundo de hoy.




¿Y qué tenemos aquí?, como bien dije antes una colección de testimonios de supervivientes de la Segunda Guerra Mundial,  este fue su primer libro, publicado en 1.983 en la URSS donde ya comenzaban a soplar otros "aires"... el estreno de una versión teatral en Moscú por lo visto fue todo un acontecimiento. No son testimonios sin más de supervivientes, lo novedoso del tema es que son testimonios de mujeres que lucharon en el ejército soviético. Durante la Gran Guerra Patriótica, tal y como la denominaron los soviéticos, sirvieron casi un millón de mujeres, muchas en unidades de combate, francotiradoras, conductoras de carros de combate, aviadoras de cazas, mecánicos, artilleras, zapadores... las mujeres contribuyeron al esfuerzo bélico en todos los países envueltos en aquel conflicto, pero en ningún país se implicaron en tal medida que las mujeres rusas. 

Hay algún que otro testimonio de mujeres que fueron reclutadas para unidades auxiliares, pero en casi todos los casos se trata de VOLUNTARIAS que marcharon al frente, frecuentemente con la oposición de sus familias, con la oposición inclusive de los mandos militares... mujeres que tuvieron que escaparse de casa, crías, a las que a más de una le llegó la menstruación en las mismas trincheras, mujeres para las que no había ropa diseñada para ellas, ni contaron tampoco con la colaboración del ejército... no había nada previsto para que las mujeres participaran en la guerra. Algunas se tuvieron que confeccionar ropa con lo que encontraban, adaptarse a caminar con botas que no eran de su talla, a improvisar prendas para sus necesidades... los testimonios son terribles, a veces cómicos, y casi siempre enormemente humanos. Si la guerra es ya de por sí inhumana, si aquel conflicto nazi-soviético superó todas las cotas de barbarie imaginables en una guerra moderna, la presencia de mujeres luchando, muchas de ellas apenas unas crías, añade otra dimensión al horror. Nada como el contraste entre seres humanos que parecen haber nacido para proteger y crear vida en un escenario de muerte como aquel. Es por eso que uno lee los testimonios de luchadores, hombres, de aquella guerra en otros frentes y parece que a pesar de todo queda un resquicio de salvación... poco hay de eso en este tremendo libro. Si la guerra es inhumana y odiosa ya de por sí, se vuelve mucho más odiosa cuando uno lee estos testimonios, algunos conmovedores capaces de taladrarle los nervios al lector más curtido, testimonios de mujeres extraordinariamente fuertes y valientes, pero que a pesar de todo nunca dejaron que la guerra las convirtiese en monstruos y las aniquilase por dentro.



La sorpresa del comienzo de la guerra, el fervor patriótico que movía a estas chicas a intentar a hacer algo por su país, la sensación de vergüenza al ver que los hombres de la familia parten para el frente, la obstinación por negarse a servir en puestos de retaguardia, el miedo, la incomprensión de sus compañeros masculinos atrapados por un lado en la visión fascinante de rostros femeninos en un entorno de caos y muerte, y por otro por los prejuicios profundamente arraigados sobre lo que una mujer puede, o no puede, hacer... prejuicios que fueron cayendo uno a uno a pedazos conforme avanzaba el conflicto. Hay testimonios sobrecogedores, pero también algunos muy significativos... como el de aquella mujer nombrada capitana de una compañía de zapadores a la que al comienzo ningún hombre obedecía y ocultaba su desprecio... para al final de la guerra terminar llevándola a hombros por la celebración de la victoria.

Recientemente he visto una película, "Hasta el último hombre" dirigida por Mel Gibson que cuenta la hazaña de un soldado médico norteamericano, objetor de conciencia, que en un solo día logró rescatar a 75 compañeros del campo de batalla en Okinawa... recibió los más altos honores y tiene una película que conmemora su hazaña y su impresionante demostración de valor ¿qué medalla tendría que recibir entonces una de las mujeres que entrevista Svetlana que durante la guerra rescató a más de cuatrocientos heridos del campo de batalla?... esa hazaña que realizó el soldado norteamericano, enorme sin duda, era moneda corriente entre el personal sanitario, hombres y mujeres, del ejército soviético.

Hablamos de mujeres que durante semanas llevaban pantalones almidonados con sangre humana, tejidos tan duros que podían cortar... no a ellas nadie les va a hacer ninguna película, alguna hay que nunca volvió a llevar una prenda de color rojo y que llevaron el olor de la sangre atravesado en sus fosas nasales durante años. Durante la guerra hubo muchas condecoraciones a mujeres, a francotiradoras, a personal sanitario... sin embargo aparecían pocas en los documentales de propaganda. Fueron rápidamente olvidadas, de hecho fue peor, porque quedaron la mayoría de ellas estigmatizadas y tratadas con desprecio, esa será una queja que aparece a lo largo del libro con frecuencia. Los soldados trataron muy bien a sus compañeras de lucha, de hecho la presencia de mujeres en el frente aunque al comienzo les chocó, terminó contribuyendo a mantener alta la moral y siempre tuvieron en general por lo que se ve, un comportamiento caballeroso y considerado con ellas... que terminó cuando acabó la guerra. Tras la misma la mayoría quedaron solteras y viviendo en pisos compartidos, el hecho de haber convivido en las trincheras con compañeros masculinos las rebajó a nivel de fulanas para una buena parte de la sociedad, especialmente crueles fueron muchas mujeres que quedaron en retaguardia... como muy bien dicen amargamente algunos testimonios, un hombre mutilado era un héroe de guerra que difícilmente tendría problemas para encontrar esposa, una mujer sin una pierna... era otra cosa.




Es un libro duro, con testimonios espeluznantes, la guerra y especialmente una guerra tan monstruosa y cruel como aquella, quedan vivamente retratados. Para mí ha roto algún que otro prejuicio, por ejemplo se dice que el régimen soviético "rescató" el sentimiento patriótico y lo sacó de las catacumbas por puro interés para motivar a la gente a luchar, es una estupidez, el sentimiento de orgullo y amor a la patria estuvo siempre tan inmerso en la mentalidad del ciudadano soviético como antes de la revolución, los testimonios de estas mujeres así lo prueban. No eran luchadores por el comunismo, ni por el régimen de Stalin... si es cierto que casi todos eran comunistas convencidos, pero era el sentido del deber, el amor por su país que estaba siendo invadido con una violencia y crueldad difícil de exagerar, lo que verdaderamente conmovió a estas personas, que hay que decirlo claro, podían haber permanecido perfectamente en retaguardia durante todo el conflicto, a dar un paso al frente y superar en ocasiones toda clase de obstáculos para poder luchar. Y a pesar de todo el horror que impregnan sus páginas hay espacio para el amor, la humanidad, y la esperanza en el ser humano, no es un libro completamente negativo... de hecho hay algunos testimonios que resultan conmovedores, aquí uno de muestra... cuando al final de la guerra los soviéticos entran en territorio alemán esto es lo que comentaba Natalia Ivánova Serguéieva, soldado auxiliar de enfermería:

"Nunca llegas a conocer a tu corazón. En invierno, los prisioneros de guerra alemanes empezaron a desfilar por delante de nuestra unidad. Iban congelados, con las cabezas envueltas en unas mantas rotas, con los capotes agujereados. Hacía tanto frío que los pájaros se congelaban al vuelo. Caían congelados. En esta hilera había un soldado... Un niño... Las lágrimas se le habían congelado sobre las mejillas... Yo iba empujando un carro con el pan, lo llevaba al comedor. Él no lograba apartar la mirada de aquel carro, no me veía a mí, solo al carro. El pan..., el pan... Cogí una hogaza, la partí y le di un trozo. Lo cogió... No se lo creía... No... ¡No se lo creía!. Yo estaba feliz... Estaba feliz porque no era capaz de odiar. Me sorprendía a mí misma... "


Lo mejor: Otro gran libro de la escritora bielorrusa que ha aparecido recientemente en formato de bolsillo. Recomendable para aquellos que ya han leído algo de ella y que seguro que no querrán perderse. El horror de la guerra, de una guerra total como la germano-soviética del frente oriental queda retratada como pocas veces. No es un relato del conflicto, para eso hay docenas de ensayos... pero pocos libros deben existir como este, donde se da voz a los testigos olvidados, por partida doble, por ser agentes insignificantes, gente normal y corriente, ¡y encima mujeres!... doble desprecio y doble olvido, es por libros como este por los que Svetlana recibió el premio Nobel, por mí más que merecido sin duda.

Lo peor: Aunque hay cierta unidad temática en general los comentarios son de lo más variado, desde aquellos breves donde el entrevistado apenas recuerda nada, o bien, los recuerdos son demasiado dolorosos. Y los hay que componen historias merecedoras por sí mismas de un libro aparte... ese formato coral, disperso, irregular, donde el autor se limita a grabar y tomar notas para luego transcribirlas tal cual, no gustará a determinados lectores que quizás hubieran preferido una implicación mayor de la autora. Su gusto aparente por recoger historias tremendas con notas escalofriantes puede dar la impresión de búsqueda de golpes de efecto y morbo, no en vano estamos hablando de la obra de una periodista... aunque me pregunto si no habrá realizado una criba del material antes precisamente para todo lo contrario. Lectores sensibles absteneros.


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